Increíble pensar que ya han pasado 15 años desde aquel proyecto que nació casi como un impulso provocado por las transformaciones políticas que entonces comenzaban a asomar en la región, junto con tantas preguntas sobre el papel público de la fe ante esos cambios. Lo que inició como una propuesta educativa informal terminó convirtiéndose, con el tiempo, en un proyecto de incidencia política regional que convocó a espacios de fe y de la sociedad civil, alcanzando una presencia inesperada en debates fundamentales del continente y más allá.
El cambio de nombre, hace ya cinco años, refleja ese recorrido: otros cruces, otras maneras de promover encuentros, diálogos y articulaciones entre ámbitos que a veces parecen irreconciliables, pero que pueden encontrarse desde horizontes compartidos orientados al bien común.
Sin duda, como fundador y director, este proyecto ha sido una de las experiencias más importantes de mi vida. Ha desempeñado un papel central en lo que soy hoy, acompañando mi crecimiento y madurez -con las bellezas, frustraciones y golpes que ello implica-, enseñándome sobre las complejidades y desafíos de la incidencia política real, sobre los retos de construir diálogos democráticos realmente plurales, sobre la frustración de enfrentar la maldad, el poder y la exclusión incrustados en los espacios de toma de decisión, y sobre cómo generar saberes —teológicos y socioantropológicos— enraizados en las realidades de nuestras sociedades y territorios.
Gracias al equipo de Otros Cruces y a todas las personas que nos acompañan y creen en esta apuesta. ¡Por 15 años más!
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