Tal como dice Rubem Alves, la teología es un juego cuyas reglas son subvertidas constantemente, ¡porque a Dios mismo le gusta jugar y no desea ser encorsetado en murallas fijas! La teología es un camino plagado de sorpresas, de colores, de formas, de fantasías e imaginaciones. La teología dista de ser un cúmulo de discursos racionales y prácticas sistemáticas, ya que su objeto principal -lo divino- es total misterio y trascendencia. La teología vive en esa paradoja de tener los pies sobre la tierra, provocando la aparición de universos fantásticos que transportan lo que vemos y sentimos hacia una dimensión desconocida. Así son, precisamente, las fantasías y los juegos de un niño.


